Artículo de Carlos Alberto Aguilar Meza
Sector El Maronal, ubicado en la carretera Neshuya Curimana, a 84 km. de Pucallpa. Un 12 de setiembre de 1992. Dormía plácidamente en el “terrado” (así le llaman en las chacras de la selva a un espacio situado en la parte alta de una choza).
Estas viviendas rústicas no tienen paredes y, por supuesto, tampoco puertas ni ventanas. Solo te protege el techo de paja. Alrededor de las cuatro de la madrugada, alguien me despierta y solicita mi documento de identidad.
Me enfoca directamente a los ojos con una linterna. Por ello no puedo reconocer a la persona que pide identificarme. Solo veo que eran dos personas vestidas de civil. Me identifico e inmediatamente me ordenan volver a dormir.
Este episodio queda grabado en mi memoria por la forma inexplicable, fantasmal y fugaz en que aconteció. Es evidente que estuvo asociado a lo ocurrido esa misma noche. La captura de la cúpula de Sendero Luminoso.
Aquel fue un día de júbilo en un país devastado por la violencia. Nos llenó de esperanza con un futuro sin sangre ni sufrimiento, especialmente para las distintas comunidades que, diariamente, soportaron en carne propia los ataques de las huestes subversivas.
Con el pasar de los meses y años, el júbilo y la esperanza se diluyeron. Hasta ahora no comprendo por qué el gobierno de turno decidió disolver el GEIN, un grupo especializado en investigación que hubiera podido utilizar su bien ganada experiencia, incluso para tratar otros problemas de delitos.
Nunca entendí por qué los gobiernos de turno acogieron fácilmente las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Nunca fuimos capaces de defender el dolor y la pérdida de familias enteras y comunidades destruidas física y moralmente. Tampoco fuimos capaces de resarcir todos los años que estuvieron bajo el yugo de la violencia. Nunca fuimos capaces de agradecer y premiar a las fuerzas del orden y a los ronderos que estuvieron en la primera fila de la defensa del país. Hoy, una campaña electoral nos trae de regreso el pasado.